La actividad musical, en el cualquier ámbito que se dé, se basa en dos
procesos: percepción y expresión. Estableciendo diversos
paralelismos podríamos hablar interiorización y exteriorización,
recolección y manipuleo, adquisición de palabras y emisión de
palabras, etc. Las diferentes legislaciones han tenido estos ámbitos
en cuenta para programar sus bloques de contenidos – llámense
Escuchar, interpretar y crear o Escucha, Interpretación
musical y La música, el movimiento y la danza.
La percepción en el aula de música está tradicionalmente ligada a la audición por medio de TIC y grabaciones, pero desde un prisma amplio que considere las teorías ecológicas de Murray Schafer, cabe recordar que el oído es un órgano que trabaja de forma continua y que la percepción sonora es continua. Sobre esta continuidad habrá que ocuparse en clase no sólo prestando atención a los sonidos del entorno sino tomando consciencia de que el fenómeno auditivo produce un feedback mediante el cual cuando expresamos estamos percibiendo el sonido expresado. La expresión, por su parte, puede ser vocal – cantada o no-, corporal o instrumental, pero siempre deberá ser musical ya que entendemos que a musicar se aprende musicando. Las descripciones programáticas, aunque valiosas en el ámbito lingüístico, pertenecen a otro tipo de expresión – aunque no por ello dejaremos de trabajarlas en el aula de música. Un método implícito en la naturaleza del aprendizaje parece vigente: un conocimiento se transmite, se deglute y posteriormente se utiliza-exterioriza.
Transmisión de conocimiento musical.
La neurociencia ha mostrado como un caudal sonoro captado a través
de nuestra experiencia queda impreso en nuestro cerebro. Una
pedagogía abierta debe tener en cuenta los dos momentos básicos de
la secuencia conceptual o proceso conceptual de transmisión de
conocimiento musical: primero la metabolización del estímulo que
pasa a formar parte del mundo sonoro interno; después la
expresión en forma de continuo feedback entre el individuo y
el entorno. En ambos momentos se transmite musica y en ambos momentos
lleva una carga perceptiva para el sujeto, pero esta carga afectiva
toma diferentes significados en función al desarrollo evolutivo del
aprendizaje. Hemsy de Gainza (2002:30) lo explicaba con las
siguientes palabras:
El conocimiento musical, en
las diferentes etapas evolutivas, refleja el nivel de maduración
musical individual, pasando desde formas en las que prima la
conciencia senso-motriz (“pudiendo reconocer lo que
escucho”), o la conciencia afectiva (“prefiero o me
identifico con esto más que con aquello”), hasta los procesos en
los que participa la conciencia mental (“soy capaz de
explicar, en términos objetivos, por qué razón me intereso más
por una música que por otra”).
Esta concepción, realmente cercana a Willems, se basa en el
principio de que “el conocimiento musical propiamente dicho tiene
lugar a partir de una reflexión sobre la propia vivencia musical”
(Hemsy de Gainza, 2002:31). Así, percepción y expresión forman
parte de una misma vivencia. Si la percepción está activa y
consciente, el alumnado es capaz de corregir sus propias expresiones
y/o de dotarlas de nuevas características – ejemplo, decidir si
ralentizar el pulso, percibir que está cantando demasiado piano,
percibir qué nota está fuera de la melodía-.
Se ha divido la forma en la que varían percepción y expresión
atendiendo al desarrollo evolutivo musical del alumnado.
Tradicionalmente, este desarrollo ha condicionado la existencia de
tres ciclos de dos cursos cada uno aunque la LOMCE establece dos
ciclos de tres cursos cada uno. Por su parte, la Junta de Andalucía
mantiene la división tradicional de la LOE. Pedagógicamente, hay
que prestar atención a la edad del alumnado y, más concretamente, a
su edad musical. Dado que la Educación Musical reglada comienza de
forma tardía, no podemos suponer una edad musical 0, sino que el
alumnado llega con experiencias musicales previas y diversas que
habrá que tener en cuenta y, en consecuencia, será necesaria una
adaptación continua.
Edwin Gordon propone tres etapas referentes a la primera infancia:
aculturación, de 0 a 2-4 años, divida en absorción, respuesta
azarosa y respuesta intencionada; imitación, de 2-4 a 3-5 años, que
comprende la pérdida del egocentrismo y la intuición de reglas del
código musical; asimilación, de 3-5 a 4-6 años, que permite la
introspección y la coordinación. Aunque esta división está
prevista para una Educación Musical idónea – desde Infantil-,
podemos adaptarla, teniendo en cuenta que el periodo de aculturación
se ha recibido fuera del aula y que, aunque la edad musical sea
inferior a los 2-4 años, las características psicoevolutivas del
alumnado de primer curso le permiten aprender mediante una imitación
muy avanzada y pasar pronto a la etapa de asimilación.
Entre los 6 y 9 años reales, el alumnado es capaz de realizar ritmos
coordinando pies y manos, usando la percusión sobre obras grabadas,
es capaz de coordinase espontáneamente con el pulso en un ejercicio
de danza libre, puede diferenciar duraciones básicas en función al
pulso y de forma práctica – cantando o percutiendo- por imitación
práctica, es capaz de distinguir alturas y timbres muy
diferenciados. Un problema común es la tendencia a percibir
correctamente el tempo pero a acelerarlo cuando no se involucra todo
el cuerpo y se pide su expresión consciente(yo tengo 26 años ahora
mismo y no estoy libre de pecado). Al respecto, conviene adecuarse al
pulso natural de estas edades – entre 90 y 110 bmp. En este
momento las actividades irán orientadas a conseguir el interés del
alumnado en escuchar y producir música, distinguir los parámetros
altura, duración, intensidad muy evidente, timbre; poner en práctica
el lenguaje musical por imitación y de forma inconsciente a través
de melodías simples cantadas y acompañamientos rítmicos, usar el
cuerpo como sistema de aprehensión de los estímulos propuestos y
como referencia.
Entre los 8 y 11 años, el alumnado es capaz de fijar temas y
estructuras de conjunto simples, percibe el carácter inacabado de
una frase musical, aumenta su capacidad de distinción en los sonidos
agudos con más de un tono de distancia, ejecuta juegos de acción y
movimiento mostrando una gran precisión en la psicomotricidad
gruesa, ejecuta piezas simples que requieren el uso progresivo de
psicomotricidad fina y ejecuta polirritmas percusivas grupales. La
lógica de la escritura musical es entendida y la lectura musical
comienza a ser significativa – se pasa de la expresión
inconsciente e imitativa al empoderamiento de los códigos musicales.
En este momento las actividades se centrarán en el entorno, la
lectoescritura de los parámetros altura y duración, la
sensibilización práctica respecto a los timbres y dinámicas y la
escucha activa de obras musicales completas (breves). La producción
de obras propias se basará fundamentalmente en acompañamientos
rítmicos en los que el alumnado se sienta más seguro y permitan
poner en asentar mediante la práctica consciente el concepto de
duración.
Entre los 10 y 12 años, aparece una mayor actitud crítica respecto
a la música, el medio y el gusto propio ya que el alumnado comienza
a empatizar con aspectos extramusicales como la estética social.
Perceptivamente, es capaz de comprender los símbolos musicales
referentes a dinámica y matices y reconocerlos en la audición,
aumenta la memoria melódica y la percepción de disonancias en un
contexto tonal. Expresivamente, el alumnado puede cantar piezas a dos
voces y comienza a improvisar melodías con una pauta dada –
generalmente usando la pentatónica sobre armonía simples, aunque no
se ponga de manifiesto. En este momento conviene fomentar la actitud
crítica con respecto a la calidad del sonido ambiental y de las
propias producciones musicales, se puede ampliar el lenguaje musical
escrito con el uso de grupos irregulares – aunque en la práctica
se pueden usar por imitación desde el principio de la Educación
Musical-, se realizan acompañamientos rítmicos propios sin guía y
acompañamientos melódico-armónicos propios, generalmente en forma
de ostinato. El canto puede volverse menos silábico y las
actividades piscomotrices finas son más precisas.
Intentar trabajar percepción y expresión de forma independiente es,
en consecuencia, imposible. Ninguna de las dos será óptima primero
y, por tanto, ninguna de las dos puede se base de la otra. Ambas han
de ser usadas como herramientas que van mejorándose mutuamente con
la práctica repetida en el tiempo y de acuerdo con el desarrollo
evolutivo musical del alumnado.
La Educación Musical como praxis y para la praxis.
La actividad práctica en el
proceso de aprendizaje no implica forzosamente un aprendizaje
práctico. No basta con hacer si lo que se hace es únicamente
conceptual y abstracto – por ejemplo, reconocer y definir una
melodía-, sino que un aprendizaje práctico real exige la
interpretación o la creación expresiva como forma de manipuleo de
lo percibido. Es por medio del manipuleo como se vuelve sensible el
aprendizaje conceptual. Elliot (2009:133-134) sugiere que nos
aproximamos al conocimiento musical – del que reconoce diferentes
tipos- a través de tres vías no excluyentes: 1) escuchando música,
como forma de percepción procesual del conocimiento, 2) a través de
su uso en el tiempo y 3) construyendo expresiones musicales de
sensaciones como parte del proceso auditivo.
Entendemos la sensación como
una forma de expresión y emoción práctica. Sentir la musica no es
describirla de forma pictórico-lingüística, aunque el lenguaje
verbal es una herramienta imprescindible en el aula de música – no
específico o médico, sino útil y real. El lenguaje verbal
constituye una herramienta comunicativa, pero es mediante el lenguaje
musical activo – el hacer musical- como expresamos y percibimos la
música. Esto es, sólo desde la acción se sumerge el alumnado en
el aprendizaje musical y sólo desde el aprendizaje musical puede el
alumnado empoderarse de sus relaciones con el entorno y, por tanto,
de su aprendizaje. La idiosincrasia de la música se presta a
pedagógicamente a ello pues, como recuerda Hemsy de Gainza (1977:81)
“la Educación Musical es un proceso específico de desarrollo
individual que parte de la experiencia musical (actividades)”.
Tradicionalmente y en el contexto de la Educación Musical en la Escuela Pública, las actividades musicales se orientan generalmente a tres formas prácticas de relacionarse con el entorno sonoro: 1) a través de la percepción rítmica, entendida como la coordinación física y sonora que estimula expresión corporal en forma de movimiento ordenado o no; 2) a través de la percepción melódica-tonal que se basa en una cultura musical imperante y que estimula la expresión espontánea dentro de dicho contexto tonal; 3) a través de la percepción espacio-temporal, que tiene lugar en el medio en el que se da el mensaje musical, teniendo como referencia sólida el propio ser y que estimula la expresión individual y colectiva. Es en dichos procesos perceptivos y expresivos en los que se ponen en práctica las diferentes capacidades cognitivas, afectivas y motrices.
Propuestas abiertas.
El proceso de percepción y expresión musical debe darse un entorno
abierto, en el que los elementos musicales sean puestos en marcha
como herramienta de comunicación activa y no como un objetivo. En
este sentido, encuentro en el modelo ecológico del pedagogo y
compositor Murray Schafer un referente tanto para los métodos de
percepción como para la creación de entornos de expresión. Es por
ello que la Educación Musical, en tanto requiere la percepción y la
expresión como formas de musicar, de aprender activamente,
implica de igual manera el empleo de propuestas abiertas.
Trabajar de esta forma requiere una concepción práctica de la
actividad. El aprendizaje no se orienta a la consecución de un
objetivo sino al entrenamiento sensitivo a través del juego sonoro y
la acción a través de la vivencia. Podríamos definir una propuesta
abierta como aquella estructura básica de acción
que admite una gama
prácticamente ilimitada de respuestas o versiones individuales o
grupales. Una propuesta abierta puede ser repetida incansablemente
por el profesor, trabajando con diferentes grupos, sin perder efecto
pedagógico. Lo que importa realmente en la actividad que la
propuesta promueve es el “contenido”, que siempre será
diferente”. (Hemsy de Gainza, 2002:84)
Schafer propone algunos
ejercicios que tienen estos principios en cuenta y que permiten tanto
la percepción como la expresión a través de actividades y
contenidos variables y activos, que además permiten el
autoconocimiento y el conocimiento musical de forma globalizada. Aquí
algunos ejemplos:
1) Juego con los nombres
propios. El objetivo es asumir la identidad a través del sonido. El
contenido es el plano acústico en el que interviene el alumnado
pronunciando el nombre con libre expresión – diferencias rítmicas,
dinámicas, etc.-. En los primeros cursos, la imitación será clave,
por lo que conviene ofrecer diferentes consignas de forma que la
propuesta siga siendo abierta.
2) Diario sonoro. Cuyo
objetivo es escuchar (percepción) y describir (expresión) el
paisaje sonoro. Diferentes filtros pueden – o no – ser aplicados:
adjetivos, aparición en lugar y/u orden, tamaño del sonido, etc.
3) Sonidos en movimiento
(teléfono corrido). El objetivo de este ejercicio clásico es
memorizar, atender, escuchar y, posteriormente, expresar activamente
un sonido. Entre los contenidos manejables están la direccionalidad
del sonido, el silencio, el timbre, la melodía, la escucha
estereofónica, el valor del orden y los códigos cívicos, etc. Se
trata de una propuesta adaptable a diferentes niveles: adición de
sonidos, repetición, bidireccionalidad, pulso – se marca mientras
se traspasa el contenido-.
4). Juego con moraleja: las
llaves. Schafer propone un ejemplo de juego original en el que,
cogiendo las llaves de sus alumnos les propone las reconozcan por el
sonido sentados de espaldas. Jocosamente, pregunta a aquellos alumnos
que no reconocen sus llaves dónde van a dormir esa noche.
ELLIOT,
D.J. (2009). “La comprensión musical, las obras musicales y la
expresión de los sentimientos: implicaciones para la educación”.
En Lines, K.D. (Comp) La educación musical para el nuevo milenio,
(pp. 123-135). Madrid: Ediciones
Morata.
HEMSY
DE GAINZA, V. (2002) Pedagogía musical. Dos décadas de
pensamiento y acción educativa. Buenos
Aires: Lumen.
HEMSY DE GAINZA, V. (1977). Fundamentos, materiales y técnicas de
la educación musical. Buenos Aires: Melos. [Ed.2010]
SANGIORGO,
A. (2001) Introduzione
alla Music Learning Theory di E.Gordon. CDM
onlus- Centro Didattico Musicale. Roma. [Consulta online: 17 de
diciembre de 2014]
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