“La educación musical como praxis
y para la praxis se centra en el estudio que marca una diferencia en
la vida de los estudiantes, ahora y en el futuro”. (Regelski,
2009:41).
En la primera parte de esta reflexión-comentario (aquí) comentaba
que una educación de calidad es una educación que marca la
diferencia. La educación musical – muy distinta a la formación
musical- tiene especial interés si pretendemos construir una
educación basada a la práctica y significativa como actividad
liberadora.
Práctica y música en la educación.
La hegemonía
pedagógica basada en el carácter de entendido y en premisas
estéticas es enfrentad por aquellos que
defendemos las teorías praxiales1.
Cabe recordar, en palabras de Regelski (2009:34), que “la praxis
implica, por definición, un «hacer»
tangible que «marque una
diferencia» de algún
tipo para el individuo o los grupos a los que se atiende”. Sin
embargo, esto no es novedoso: las teorías sobre la praxis encuentran
su origen en Aristóteles que distingue tres formas de conocimiento:
a) la teoría y aistesis, que tradicionalmente ha dominado el
pensamiento occidental hasta Nietzsche y después; b) la tecné
y poiesis, que en música podría enterderse como el hecho de
tocar un instrumento – y que, de ser mal entendida tomaría la
técnica como fin-; c) la praxis y la frónesis o dimensión
ética, entendida como participación útil orientada a un ideal de
acción – en Aristóteles, la medicina orientada a la buena salud
(Regelski, 2009:35).
En términos de pedagogía musical, las teorías J. Dewey mantienen que “el significado musical está socialmente saturado y situado” (Regelski, 2009:35), esto se entiende si aceptamos que existe una variedad de significados sociales de la música, incluso de un mismo significante. La diversidad de estilos y músicas no académicas occidentales disparan este pensamiento: “desde la perspectiva de la praxis, el carácter casi sagrado de la «obra» se desmitifica y su significado pierde la supuesta naturaleza atemporal, anónima e independiente del lugar en que se dé”. (Regelski, 2009:36). Esto es, la música deja de existir exclusivamente en términos musicales y pasa a formar parte de la realidad audiovisual, del placer, de los usos diegéticos y extradiegéticos, etc. Acorde con las perspectivas etnomusicológicas, la música ya no es un fenómeno privilegiado basado en la estética del sonido y su estudio, sino basado en la utilidad social.
El problema para los docentes de música durante la Educación Primaria y Secundaria, es que evaluar el conocimiento adquirido por la práctica es menos obvio que evaluar el formalismo occidental ya sea reconocido en un examen teórico, ya sea exteriorizado a través de la lectura de una frase musical con la flauta dulce (este tipo de práctica no deja de ser acción limitada y repetición). Por su parte, la saturación y situación del sonido quedan patentes en las variables sociales geográficas y tecnológicas: en la actualidad distinguimos lo que es o no música usando lo que Durkheim llamó categorías de cognición creadas socialmente. Si aceptamos estas categorías creadas socialmente, el formalismo occidental no tiene cabida en la enseñanza actual o, al menos, no usando una metodología que desconecte el repertorio clásico de la realidad musical del educando. Regelski (2009:37) recuerda que
En términos de pedagogía musical, las teorías J. Dewey mantienen que “el significado musical está socialmente saturado y situado” (Regelski, 2009:35), esto se entiende si aceptamos que existe una variedad de significados sociales de la música, incluso de un mismo significante. La diversidad de estilos y músicas no académicas occidentales disparan este pensamiento: “desde la perspectiva de la praxis, el carácter casi sagrado de la «obra» se desmitifica y su significado pierde la supuesta naturaleza atemporal, anónima e independiente del lugar en que se dé”. (Regelski, 2009:36). Esto es, la música deja de existir exclusivamente en términos musicales y pasa a formar parte de la realidad audiovisual, del placer, de los usos diegéticos y extradiegéticos, etc. Acorde con las perspectivas etnomusicológicas, la música ya no es un fenómeno privilegiado basado en la estética del sonido y su estudio, sino basado en la utilidad social.
El problema para los docentes de música durante la Educación Primaria y Secundaria, es que evaluar el conocimiento adquirido por la práctica es menos obvio que evaluar el formalismo occidental ya sea reconocido en un examen teórico, ya sea exteriorizado a través de la lectura de una frase musical con la flauta dulce (este tipo de práctica no deja de ser acción limitada y repetición). Por su parte, la saturación y situación del sonido quedan patentes en las variables sociales geográficas y tecnológicas: en la actualidad distinguimos lo que es o no música usando lo que Durkheim llamó categorías de cognición creadas socialmente. Si aceptamos estas categorías creadas socialmente, el formalismo occidental no tiene cabida en la enseñanza actual o, al menos, no usando una metodología que desconecte el repertorio clásico de la realidad musical del educando. Regelski (2009:37) recuerda que
la consecuencia de la
socialidad y el pluralismo inherentes de las músicas, y de su
compleja interacción, es que la idea de un modelo único de
«apreciación de la
música» está fuera de
lugar, como lo está la de sacralización de la música.
Para la praxis, la
cualidad de “buena música” queda explicada en función a su
utilidad en un contexto, siendo que el repertorio estándar propuesto
por la teoría estética no es un modelo de calidad como pretende la
tradición, sino un tipo de música más sin jerarquía. Esto, al
contrario de las consideraciones de los estetas, no supone una forma
de relativismo, sino la aceptación de que lo universal se
caracteriza por una diversidad real y empírica, y que esa diversidad
debe ser inclusiva y nunca dogmática. Recuerdo aquí el término de
Ulrich Beck “glocalización” como un viaje de ida y vuelta entre
las verdades y dogmas globales y las realidades y evidencias locales.
La Educación Musical como praxis y para la
praxis.
Contradecir
el modelo de apreciación musical basado en la contemplación
implica contradecir la
educación como proceso formativo del “conformismo social”. Este
conformismo es el alimento de las hegemonías, pero una
lucha contrahegemónica carecería de sentido si no entendemos
previamente que toda lucha debe de ser dialéctica. En el campo de
la educación musical y la práctica, Regelski
(2009:39) lo explica en las siguientes palabras:
Así pues, la “música” en
la educación musical no debería tener como premisa un visión
limitada o restrictiva de la praxis, que excluya o prive a los
estudiantes del aprendizaje musical significativo y relevante; al
contrario, debe ser un conocimiento amplio, no sólo para que incluya
una gran diversidad de músicos, sino para que incorpore la idea de
permitir que los estudiantes se apropien de los significados y los
valores musicales para que (o hasta el punto de que) “marque una
diferencia” como uno de los resultados directos de su
escolarización.
Esto requiere un
equilibrio sólo experimentado a través de la ética profesional: no
hay que programar dogmáticamente ejercicios prácticos o
abstracciones aprioristicas o técnicas, sino que hay que integrar
ambos paradigmas en pos de evidenciar una diferenciación beneficiosa
en el proceso de aprendizaje, esto es, la consecución de una
aportación social más amplia de la que permite el modelo clásico
de apreciación del arte pero, a la vez, más significativa y
evidente que el simple ejercicio entorno a parámetros artísticos –
ejercicio que sin percepción sería mera expresión vacía.
Sumar la praxis al
modelo de apreciación y de condición de entendido supone, para Regelski, lo que se
ha llamado en las últimas décadas “musicar” - musicalización
por Hemsy de Gainza, musicking por Small o musicing por Elliot-, y
que supone la programación de hábitos prácticos basados en
parámetros y contenidos propios de la tradición estética.
Regelski pone en valor otra forma de acercar expresión y
apreciación (interpretación en el currículo musical) – también lo hace Hemsy de Gainza y
no creo que Small o Elliot lo desaconsejen- resaltando la cualidad de
los aprendizajes informales: “el estudio informal, y hasta la participación habitual en una
praxis, también llevan a un determinado tipo de “apreciación”
que no es menor que la que nace de la pericia estudiada, sino
simplemente distinta” (Regelski,
2009:40).
Los aprendizajes
informales requieren otro tipo de literatura, otro tipo de
instrumentos y otro tipo de fuentes pues el uso práctico de la
música lo realiza otro tipo de ser musical (músico amateur,
melómano, etc.). Un currículo como práctica musical o
un currículo para musicar parte del amor a vivir y compartir
la música. En este sentido se reivindica el amateurismo pero no sólo
interpretativo, sino en la audición, la composición o la crítica
hacia diversas prácticas musicales que son ofrecidas en el contexto
social. En esta diversidad es donde la tradición musical y educativa
han encontrado y siguen encontrando- y no deberán de seguir
encontrando en una continua dialéctica – su presencia. La integración
parece la opción deseable para una escolarización general, y
“ofrecer opciones además de
la música clásica, y no acabar con ésta mediante otras
alternativas, debería constituir un objetivo importante de cualquier
currículum basado en la praxis dirigido a los jóvenes” (Regelski,
2009:41).
Esta perspectiva
reivindica la percepción local de la música no sólo en la
adecuación a los intereses sino también a los recursos que
constituyan la realidad amateur del alumnado. No contar con una
orquesta sinfónica en cada pueblo no es motivo para no programar
música sinfónica, pero conocer y relacionarse con las bandas
municipales o con los músicos de cámara – solistas, dúos,
quintetos clásicos, jazzísticos, raperos o rockeros- existentes en
la comunidad implica considerar los ejemplos vivos de amateurismo.
Si, como asegura Regelski (2009:42) que se debe prestar la debida
atención a la música cotidiana y, con esta integración práctica de lo
local y lo global, contribuimos a ello.
Pese a la justificación
manida de la Educación Musical en la Enseñanza Primaria o
general no pretende formar músicos sino ciudadanos, conseguir el
equilibrio entre profundidad (localización) y amplitud
(globalización) son ideales de acción que orientan a los docentes
musicales hacia el objetivo de facilitar la adquisición de
condiciones generales de músico. Quizá este objetivo no es tan
descabellado y convendría replantearse si más bien la educación
musical general debiera formar músicos a nivel general: no debiera
ser el objetivo del docente musical que todo el alumnado se convierta
en un músico amateur, sino que todo el mundo sepa relacionarse con
la música de forma crítica, física y práctica. Esto es, crear otro concepto de músico como ser activo ante cualquier experiencia musical. Es fácil
trasladar esta idea al resto de artes: no a todos ha de gustarles
José Guerrero, pero todos debieran enfrentar su pintura sin
prejuicios estéticos y desde una actitud cotidiana. Un ser activo no tendría por que pintar pero sí plantearse "algo que no fuese una evasiva" frente a un cuadro del pintor.
Podría pensarse que
ningún avance filosófico-pedagógico suponen estas letras ya integrar
diferentes tipos de música en el aula es algo común hoy día. Sería una lectura incorrecta, seguramente motivada por mi falta de estilo. El
avance real supone la comprensión de las mismas – entender la
integración no supone la presencia sino la apropiación de un hecho,
en este caso musical- y la posición que el docente toma respecto a
esta concepción que
implica unos conocimientos y
destrezas fundamentales que comparten varias de las músicas
de las que generalmente se puede disponer en un determinado mundo
musical. Tal concepción de músico abarca unos conocimientos
“básicos” de amplio espectro que permiten que los músicos
trabajen en más de un tipo de música, unos conocimientos “básicos”,
sin embargo, que se “especializan” o ajustan según sean los
criterios de una praxis particular a la que se puedan aplicar. (Regelski, 2009:42)
No se trata, en
resumen, de obviar la concepción estética del aprendizaje del arte,
sino en conectar el arte escolar con el arte real y práctico,
construyendo sobre el conocimiento previo y significativo del
alumnado, desechando cualquier tipo de programación especulativa y
entendiendo la musicalización como un proceso en el que se trabaja
una serie de destrezas prácticas y, ante todo, útiles. Podemos
volver a afirmar que la Educación Artística sí tiene un “carácter
especial” y que sí fomenta el “desarrollo básico” pero ya no
desde el dogma o la pasión, sino desde la apuesta por la consecución de una marca
diferencial que se evidencie en forma de aporte social. El docente musical del futuro tendrá el derecho de formar a un nuevo tipo de músico que tal vez nunca vuelva a mirar un pentagrama acabada su escolarización: el individuo
libre y soberano de sí mismo.
Referencias.
Regelski, T. A. (2009)“La
música y la educación musical: Teoría y práctica para «marcar
una diferencia».”
en Lines K., D. (Comp.)
La educación musical para el nuevo milenio
(pp.21-47). Madrid:
Ediciones Morata.
1Sobre
la hegemonía en la educación, existe un muy buen artículo de
Guillermo Miranda Camacho titulado Gramsci y el proceso
hegemónico educativo
descargable aquí
http://www.revistas.una.ac.cr/index.php/EDUCARE/article/view/1286